Rosa María Bianchi. Por David Olguín
Rosa María Bianchi
Por David Olguín
Debo haber visto por primera vez a Rosa María Bianchi por allá de febrero de 1981. Ya me había sorprendido en La honesta persona de Sechuán y Los veraneantes, pero a ella, en persona, la recuerdo aún más imponente en las audiciones y el propedéutico de aquel verano del 81: una cabellera esponjada de león, su inconfundible nariz larga y recta que le heredó a su hijo José María, los ojos hondos sobre unas ojeras inevitables y toda ella dueña de una elegancia que, a la fecha, despliega belleza en cuanto se planta dentro y fuera de un escenario.
El CUT estaba iniciando actividades en sus nuevas instalaciones del Centro Cultural Universitario y todo aquello tenía cierto aire de grandeza. Rosa pertenecía a la legendaria generación de In memoriam, venía de hacer Sechuán y poco después, la veríamos trabajar en De la vida de las marionetas. Hay una dosis de casualidad en la construcción de una carrera y al joven que yo fui, sin mayor referencia que un gusto general por el teatro, le tocó el privilegio de estar cerca de Rosa y de otros maestros esenciales en el CUT de entonces.
Descubrí, para deleite de mi inevitable vocación detortura interna, condición sicológica que no me abandonaría a lo largo de mi estancia en el CUT, que la enorme actriz y la generosa mujer de la que hablo, no solo tenía de león la cabellera –recuerdo que, para hacer ejercicio, solía domar su pelo con una cola de caballo sujeta con donitas. Rosa era toda firmeza. Nadie hacía más abdominales o sentadillas que ella y solo ella marcaba el ritmo del trabajo con su voluntad de hierro y sudeterminación a toda prueba.
El tiempo me dio la ocasión de conocer más de ese rasgo de carácter de la Bianchi: la voluntad como mecanismo para pensar en escena, en un sentido actoral; la voluntad para decidir en qué se cree, la voluntad como un instrumento para no abandonar la ficción -¡no te salgas, podía gritar iracunda!-, pero también la voluntad como uno de nuestros medios para reconstruirnos aun en el infortunio.
Creo que Rosa María Bianchi es una actriz que se construye y se reconstruye una y otra vez, que ha decidido –en la mayor medida de lo posible- los rumbos de su carrera, que sopesa y pondera -hasta con frialdad- sus decisiones artísticas y de vida. Es proverbial su dos de tres para decidir si entra a un trabajo; pone en la balanza tres piezas: director, texto y equipo de trabajo: “voy si tengo dos de tres”.
Elegir y, de esta manera, oponer resistencia a los imponderables de la vida, ha sido, me atrevería a decir, elsigno que guía las determinaciones de Rosa. Es una de esas personas que tienen el valor y el coraje de renunciar a todo un camino de vida en determinado momento y que hace del miedo al futuro un mecanismo de acción, un instructivo para rehacerse y renovarse.
Acaso esa intuición o convicción de que los telones se cierran solo para abrirse de nuevo, le vino de su historia como emigrante, cuando dejó Argentina sin mayor seguridad que aquella que se podía brindar a sí misma.Rosa María estudió peluquería en su natal Rosario; decide emigrar a México en los años setentas y ya entrada en sus veintitantos años, se topa con Héctor Mendoza en Bellas Artes y con él se va al CUT a terminar sus estudios. Resulta por demás elocuente la anécdota que cuenta el día en que Mendoza le puso un ultimátum: “tienes dos mesespara borrar tu acento argentino”, le dijo. Rosa resolvió la amenaza sin problemas. Un día me tocó presenciar en su casa el cambio automático de acento: contestó el teléfono -era mamá que llamaba desde Rosario- y el acento regresó como si nada, con la fuerza de la infancia y los recuerdos del Sur.
Al andar de los años, cuando dejó de ser mi maestra y me pude contar entre sus amigos, fui testigo de esa voluntad de hierro que llevó a Rosa, en los altibajos de la vida, a poner en práctica el ejercicio de los borrones y cuentas nuevas. Mudarse por mejorarse, parecía ser la divisa. Rosa supo garantizar con su trabajo la seguridad económica de los suyos, y con gran tino y lucidez, con paciencia y sabiduría, con la entrega de quien elige el lugar donde cree que debe estar, con plena libertad y responsabilidad, llegó el momento en que regresó a sus orígenes, una y otra vez, en trabajos con directores como Mendoza, Margules, José Luis Cruz, Jorge Vargas, Daniel Veronese o Roberto Szuchumacher.
Rosa se sobrepone, se rebela contra los límites, le da la vuelta a los callejones sin salida, sigue esa especie de metafísica de la voluntad y abraza un querer con determinación admirable. Como actriz, es un deleite ver ese ejercicio interno en la toma de decisiones en el presente de las controversias internas de un personaje. Como amiga, Rosa es fuente de inspiración por esa capacidad para hacer un pleno ejercicio de responsabilidad en los avatares de la vida. Si como actriz sorprende susabiduría en la toma de decisiones y en la minuciosa construcción interna de su trabajo, en la vida, ese aplomo la vuelve una amorosa consejera, una mujer que sabe del valor de la amistad, una mujer práctica y afectuosa. Es interesante pensar que precisamente esos atributos personales la vuelven una actriz confiable, que lee perfectamente y hasta con serenidad la dirección de la ola para suspenderse con precisión en la cresta y romper contra la orilla buscando aun la mirada de sus compañeros y batallando por mantener vivo ese hacer colectivo en el presente de la escena.
Rosa sabe mucho de forjar un carácter, de disciplina, ambición y de fortaleza interior, lecciones todas que nos ha dado a los que hemos tenido el privilegio de gozar de su amistad. Así que me emociona escribir estas palabras a la gran actriz, la maestra de muchas generaciones de actores a los que, de manera generosa, sigue viendo en escena con gran interés, a la mujer admirable, a la amiga generrosa que sabe de hospitalidad, de comunicación humana, de la calidez necesaria para acompañarnos mutuamente en nuestras fragilidades y diarias dificultades. El acompañamiento que Rosa María ha hecho con algunos de sus alumnos la convierten no solo en maestra de arte, sino en maestra de vida. Rosa empuja, regaña, facilita, opina amorosamente, nos mira hacer con benevolencia, se preocupa y busca estrechar los lazos que le dan sentido a nuestras aventuras. Es una mujer delicada y que sabe gozar, es independiente y viajera, es hermosa y lo ha sabido, tiene garbo y salero. Y, por si algo le faltara, ve todo el teatro que se hace y siempre busca analizar, discutir; no hay mejor cartelera que Rosa María.
Gracias, querida maestra, por todo lo que nos has dado. Por tu aliento, tu respeto, tu mirada que enseña con claridad, sin complacencia y hasta con dulzura. Que la vida te siga deparando muchas sorpresas gratas, dentro y fuera de escena.