Alejandro Luna. Por David Olguín
Alejandro Luna
“El ojo más rápido y certero del tablado mexicano”, lo llamó Hugo Hiriart. “Poeta de la luz y del espacio”, al decir de Ludwik Margules. “El último hombre de teatro en México”, según Fernando de Ita. “Un hombre de “enorme tristeza”” –nuevamente Margules. “Un hombre de teatro completo”, al decir de Julio Castillo. “Alejandro es tan poderoso que siempre acaba dirigiendo a los directores”, en palabras deLuis de Tavira. Y por su parte, Juan José Gurrola escribió de nuestro homenajeado: “El mundo de Alejandro es un mundo contenido, equilibrado, cuidadoso y fraternal. La artesanía de escenógrafo empieza en México con este señor; antes todos eran refritos olorosos a viejo teatro”. Y vuelvo a Margules: “Alejandro Luna es un gran poeta del teatro… tiene su propio ideal de la belleza del drama y defiende sus ideas a muerte.Sabe distinguir en la obra de un director lo que es profundo y lo que es superfluo. Y batalla por esto: por desarrollar lo auténtico de un director. Su rudeza en el trabajo se le perdona siempre, por la sencilla razón de que es un creador dotado de genialidad. Colaborar con él significa la posibilidad de crecer artísticamente”.
Y ahora los dejo con Vicente Leñero que escribió hace veinte años estas palabras como si las hubiera escrito ayer: “Ni las ideas ni las tesis ni los diseños de Alejandro Luna –sin duda el mejor escenógrafo de México desde que la escenografía se volvió asunto capital de toda puesta en escena- ha llegado a su punto final”.
Por último, en este recuento de elogios, también quiero citar de memoria dos testimonios que yo escuché y que no quedaron por escrito. Primero, a la arquitecta Giovanna Rechia: “Alejandro, además de su extraordinaria pureza técnica, tiene melancolía, sabe del sufrimiento humano y eso lo plasma en sus espacios”. Y segundo, un decir de Héctor Mendoza quien de seguro me perdonara la infidencia porque elogió al maestro Luna, de manera pública: “Alejandro”, me dijo en una entrevista para el libro Alejandro Luna escenografía, “es un mal escenógrafo porque dirige”.
Creo que quien mejor resume, con brevedad y contundencia, la trayectoria de la persona que celebramos esta noche es Hugo Hiriart. Lo cito: “Si alguien preguntara: ¿qué es Alejandro Luna?, yerro paladino sería responder: “Luna es escenógrafo”. La única respuesta correcta , en el estado actual de conocimientos, es “Luna es monstruo”.
¿Qué se puede agregar a la carrera de un artista escénico que ha recibido los más grandes honores nacionales e internacionales en su campo? Aquí, esta noche, a nombre de quienes encabezamos El Milagro, me atrevo a responder: faltaba un homenaje a Luna aquí, un reconocimiento no institucional, una reunión de amigos para celebrar con Alejandro y su familia –de manera relativamente inesperada- sus ochenta años recientemente cumplidos, un encuentro con la comunidad que ha visto su arte a lo largo de más de cinco décadas. Eso faltaba, pero debo decir que en nuestro país no sobra porque el teatro es efímero y su lugar e importancia vive bajo constante amenaza, porque la gente de teatro estamos obligados a reconocernos y a redescubrirnos, porque el tiempo pasa y la luz es tiempo y la escenografía, como nos enseña nuestro gran maestro, es “un arte cinético y efímero”. Perviven las visiones y los signos que consignan este arte: diseños, fotografías, bocetos, proyectos, plantas, perspectivas y registros digitales, pero nada de eso es teatro como tampoco lo es el texto sin el acontecimiento acotado al tiempo y la duración.
A este suceder de la acción, a este agitarse en el tiempo le llaman los físicos “la medida del movimiento”. Shakespeare lo captó de manera poética con sus comparaciones entre el teatro y la vida, ese tablado donde “los cómicos agitamos nuestra hora y no se nos vuelve a ver más”. Alejandro también lo resume de manera extraordinaria en un aforismo espléndido: “la escenografía no existe, existe el teatro”.
Desafortunadamente no he tenido el privilegio de trabajar como director con Alejandro Luna. Sin embargo,muchas aventuras me han unido a él a lo largo de la vida: Margules, enseñanzas, mi admiración de espectador, el par de años en que fui su secretario técnico en la Coordinación Nacional de Teatro, proyectos donde fui asistente o dramaturgo de Ludwik o de otros directores.
Le he tenido un afecto particular al maestro Luna y por eso quiero recordarle un detalle de vida, una deferencia entre otras que me son motivo de gratitud a su persona. El día que nació mi hijo David Juan, yo tenía una cita de trabajo con Alejandro. A Laura, a sabiendas de que nuestro hijo nacería ese día, y que yo me había salido de casa sin teléfono, en pleno caos pre-paternal, a arreglar asuntos bancarios, se le ocurrió avisarle a Luna que no llegaría a la cita. Una semana después, Luna nos regaló una guía sobre la crianza de bebés que, me dijo, le había sido muy útil cuando él y Fiona Alexander tuvieron a Diego. Andando el tiempo, Laura y yo pensamos en replicar el gesto, pusimos el nombre y la fecha de nacimiento de nuestro hijo en la portadilla y regalamos el libro a Sandra Félix que andaba en las mismas con Philippe, ahora sentado en esta mesa para celebrar a Alejandro. Luego nos enteramos de que ellos habían hecho lo mismo con Jaime Chabaud y Marisol Castillo y hasta ahí sé del paradero del libro, pero me gusta imaginar que por ahí anda ese libro rodando acaso entre más parejas de teatreros. Hugo Hiriartdice que Luna sabe y resuelve todo. Estoy seguro que Luna desconocía esta faceta suya asociada a la crianza de bebés.
Bienvenido a tu casa, Alejandro, felicidades por tu fructífera vida.