2017 Homenaje a Arturo Ríos
Homenaje 2016
Arturo Ríos
Martes 20 de marzo de 2017
Develaron esta placa:
Leticia Ríos
Mauricio Ríos
Laura Almela
Biografía mínima:
Arturo Ríos es un actor nacido en México D.F. el 19 de diciembre de 1952. Ha participado en innumerables obras de teatro, así como en películas y telenovelas. Obtuvo el Ariel como mejor actor por su actuación en la película Cuentos de hadas para dormir cocodrilos y una nominación a mejor actor por Desiertos mares. También fue nominado como mejor actor de cuadro por De ida y vuelta. En teatro ha participado en más de 80 obras y ha obtenido dos premios como mejor actor: uno por El otro exilo y el otro por Devastados. Ha sido actor de la Compañía Nacional de Teatro y del Centro de Experimentación Teatral (INBA). Fue fundador del grupo de teatro Taller del Sótano y forma parte de Por Piedad Teatro. También ha trabajado con Teatro Línea de Sombra y Teatro de Arena. Ha sido becario del FONCA en dos ocasiones. La primera en la categoría de intérprete por el proyecto Ricardo II de Shakespeare. La segunda como creador escénico con Trayectoria Destacada por los proyectos “La Lección” de Ionesco, “Shakespeare: su Invención” de Arturo Ríos. y El dragón dorado, de Roland Schimmelpfennig.
Arturo Ríos y la necesidad del teatro
por Luz Emilia Aguilar Zinser
Estamos reunidos en este escenario del Teatro El Milagro para rendir merecido homenaje a Arturo Ríos, celebrar su trayectoria. Ríos es y ha sido una presencia de extraordinarias dignidad y calidad en el teatro mexicano.
Su constancia, la fuerza y la pertinencia de su trabajo son resultado de una vocación tenaz y apasionada, del desarrollo incesante de recursos técnicos y el cultivo de una ética ejemplar en el ejercicio de su arte.
Arturo Ríos encarna la defensa de la fe como derecho de integridad laica, no fundamentalista, la fe como práctica valiente de la duda, el encuentro y reencuentro, la crítica, la inconformidad, el amor y la reinvención. Hoy que llegan al poder expresiones totalitarias que por un lado exaltan el amor y por otro imponen la discriminación y la mentira, que pretenden privar a millones de seres humanos del derecho a elegir su identidad y a decidir sobre su cuerpo, la trayectoria de Ríos invita a repensar el compromiso con la dignidad, la libertad, lo verdadero y el sentido de lo sagrado. En este sentido, Odette Aslan, en su clásico ensayo “El actor en el siglo XX. Evolución de la técnica, el dilema ético”, nos da una clave para entender la trayectoria de Arturo Ríos:
“En las sociedades ateas el teatro puede ser un camino hacia lo espiritual y lo sagrado. Para Delsarte el arte no es un fin, sino un medio para el engrandecimiento del alma. El arte es un impulso hacia la pureza y la grandeza, un encuentro con la revelación primera y el esplendor final. Stanislavski da por objetivo primordial a los oficiantes del teatro el engrandecimiento del alma, de la bondad, a través del máximo desarrollo de la potencia expresiva del cuerpo y la máxima pureza ética.
El teatro es el sitio de lo ejemplar, lo extraordinario, donde el actor, que es quien da la cara al público, ha de vencer sus vanidades y amar por encima de la gloria, el ego y el orgullo, la posibilidad de darse a otros en la celebración colectiva.”
La fe y la ética de Arturo Ríos están marcadas por su entrega de ensayo en ensayo, de función en función a la labor de hacer del teatro un ejercicio de conocimiento sobre lo humano, sobre la complejidad de nuestra existencia, un ejercicio de crítica sabia, tolerancia y empatía, sobre la posibilidad de entrar en contacto con lo trascendente. El trabajo de Ríos está marcado por su compromiso consigo mismo, con el equipo de trabajo y con el público.
A lo largo de milenios el teatro ha sudo visto con recelo, incluso se le ha prohibido por amenazar los valores estabilizados de la sociedad. Esta función crítica del teatro en el contexto del capitalismo criminal, que ha convertido nuestros cuerpos en desecho y nuestra imaginación en mercancía, constituye una esperanza, una urgente necesidad. Con su voluntad de verdad escénica, de renovarse incesantemente y construir personajes complejos, Arturo Ríos desafía las identidades estereotipadas y abre camino a presencias reales, dinámicas. Arturo Ríos nos ayuda con su empeño a resignificar el valor de la vida, los sentimientos, los vínculos afectivos y las ideas.
El instrumento del actor no sólo radica en su cuerpo, su voz, sino también en sus miedos, filias y fobias, sus potencias y limites. He visto a Arturo de uno a otro personaje arriesgarse en la búsqueda valiente y disciplinada en las honduras de su ser para darle riqueza y autenticidad a su trabajo.
Con casi medio siglo de experiencia profesional, Ríos ha sido sobresaliente en el cine y la televisión, donde ha ganado lo más altos premios que se dan en nuestro país, pero su mayor desempeño ha estado en el teatro. Desde su labor en la Compañía Nacional de Teatro, el Centro de Experimentación Teatral, El Taller del Sótano, Línea de Sombra, Teatro de Arena, Por Piedad Producciones y con directores que han forjado el teatro mexicano en las últimas décadas, Arturo Ríos ha sido garantía de calidad, riesgo y pertinencia. Su presencia en un proyecto indica que no debemos perdérnoslo.
Arturo es de los muy pocos actores que no se repite, que no se parapeta y se instala en sus hallazgos y los convierte en errores. Su presencia en escena es inolvidable porque resulta de un esfuerzo de reflexión, de una entrega plena. Como creador de personajes cuenta con voz, dicción un amplio registro de emociones y una destreza envidiable para navegar con soltura de uno a otro estilo.
Arturo no sólo es uno de nuestros mejores actores, también ha destacado como director. Ríos es un hombre de teatro en toda la extensión de la palabra.
Le agradezco el privilegio de ser espectadora y partícipe de su trabajo. Entre los momentos de mayor gozo en mi labor como critica e investigadora teatral están aquellos en los que me reveló posibilidades de la libertad, el dolor, el éxito y el fracaso, la pérdida y el hallazgo y el sentido de la vida, ya dirigido por Margules, por Ignacio Ortiz, por sí mismo o bien en el rutilante trabajo desempeñado en El final, dirigido por Ana Graham. En sus colaboraciones con Lomnitz, con Enrique Singer y una interminable lista de grandes directores
Para fortuna nuestra Arturo tiene delante de sí muchos años de carrera y no tengo duda de que nos sorprenderá, como lo ha hecho hasta ahora, una y otra vez.
La causa que nos congrega hoy no sólo cumple con un reconocimiento merecido, sino que nos llama a destacar los valores que hacen grande a un actor, que lo hacen ejemplar. Arturo Ríos es un recordatorio de que la grandeza de la escena no es la fama, sino el rigor, la calidad y el ejercicio del teatro como un camino colectivo de conocimiento. Más allá de la celebridad, lo que Arturo se ha ganado es la admiración de sus pares.
Felicidades Arturo y gracias por tantos años de entrega y calidad en tu arte.
Carta de Laura Almela a Arturo Ríos
Homenaje a Arturo Ríos
por David Olguín
Es poco decir que Arturo Ríos merecería todos los honores que el teatro pudiera darle: proyectos ambiciosos, papeles complejos y, si estuviéramos en otro país, hasta dinero. Arturo no solo es un actor que está en plenitud de forma; de hecho, se le ve cada vez mas agudo en el conocimiento y la aplicación de las herramientas que ha construido en su larga, larguísima carrera. Si bien él mismo ha declarado que, en lo personal, es capaz de recorrer “distintos niveles de dramatismo pasando por una gama que va desde Pedro Infante hasta Ingmar Bergman”, Arturo es ciertamente un actor altamente emocional, que se toma en serio, que sabe que el teatro es cosa seria aun cuando se ha permitido jugar y desfigurarse como en aquella memorable escena donde Arturo, como Dios lo trajo al mundo, se embetunaba las partes pudendas sobre un enorme pastel tipo Sanborns en Malinche, la puesta en escena de Johan Kresnik hace unos 20 años.
Decir que Arturo es un actor emocional es también pensar en el tipo de teatro que un actor elige hacer, pero también para el que fue elegido. Arturo ha encarnado criaturas de Bergman, Glowacki, Botho Strauss, Chejov, Camus… En Demonios, obra de Lars Nören, Arturo Rivera le hizo un retrato que lo pinta a nuestro Arturo actor de cuerpo entero, en las intensidades a las que sólo él sabe llegar de manera sabia, esto es, fría, conteniendo la desesperación, tolerando la vida con la contención que eran tan del gusto de Margules, uno de los directores que más lo admiraron.
Es cierto, no creo que niegue la cruz de su parroquia, Arturo Ríos tiene un gusto particular por lo intenso. En una entrevista para Milenio Diario le preguntaron si había sentido particular empatía por algún personaje que hubiera encarnado y Arturo, contestó recordando sus tiempos en el entrañable Taller del Sótano con Pepe Acosta, Tere Rábago y Rodolfo Arias en El otro exilio, contestó lo siguiente: “Albert Camus es un hombre que como creador, literato y artista admiro mucho; su sensibilidad, su manera de ver la vida, de ver lo humano. Admiro a Hitler en tanto que no tuvo miedo a la incorrección, es un gran personaje dramático, igual que Jesús. Son de un dramatismo impresionante. Por eso soy actor. Me encanta el drama”.
Ni Hitler, ni Jesús, pero al invocarlos, Arturo hace la ecuación del actor, del sabio que mira con frialdad para servir de instrumento al caos, a la barbarie o al amor, a la misericordia y también salir ileso. Pienso que Arturo, el actor creador que es Arturo, representa una depurada maestría de lo que es la palabra drama o dramático, en tiempos en que la palabra misma, drama, es cuestionada como la peste en escena.
No me refiero a los tiempos postdramáticos que nos atraviesan; hablo, más bien, de la esterilidad, la asepsia, la banalidad de una cultura que rehuye a toda costa del dolor y busca instaurar lo superfluo como medida de todas las cosas, un vida fugaz, veloz, donde todo es desechable: afectos, relaciones, amistades y amores que pasan como la simple numeralia de las redes de redes sociales: declaramos tener 900 amigos y todo da igual.
Admiro en Arturo su sencillez, su humor en corto, su capacidad para entregarse muy seriamente al desmadre en escena, pero ante todo me sorprende su temple e inteligencia para cabalgar situaciones intensas, para saberse capaz de construir la frialdad del gesto en pleno infierno, para conducir la mirada del espectador, para articular la sin razón. Su locura tiene método. Por eso el cuadro de Rivera es tan elocuente: detalla una crucificción sin sentimentalismo, en colores ocres, verdes y negros y desde ahí nos mira Arturo Ríos recordándonos la grandeza del teatro.
Casi podría decir que Arturo-actor ha pasado por todo o, al menos, por mucho de lo más importante del teatro mexicano de los últimos 40 años: la Compañía Nacional de Teatro que dirigiera José Solé en los años setentas –donde fue galán joven pero también donde rápidamente descubrió el arrojo que me hizo admirarlo en mis años preparatorianos en Qué formidable burdel de Ionesco, la puesta que dirigiera Julio Castillo y en Opereta, de Gombrowicz; luego fue parte del Taller del sótano a principios de los ochentas; y luego del Centro de Experimentación Teatral, memorable compañía que encabezara Luis de Tavira y donde por fin pude observar de cerca su trabajo desde las entrañas del proceso de ensayos, como asistente de dirección.
Desde los años noventas –con excepción de su pertenencia a Por piedad producciones-, Arturo ha estado en muchos proyectos memorables, pero ha rehuido enrolarse en otra agrupación estable, acaso porque es un lobo estepario en este arte colectivo, acaso por su enorme claridad y hasta por esa pizca de neurosis que lo vuelve exigente consigo y con los otros, pues la ética y la técnica son una y la misma cosa en el arte de Ríos.
Creo que a Arturo le gusta saberse cimarrón libre, cuarterón que se alquila de vez en cuando a la tele para sobrevivir, al cine por gusto –donde ha hecho espléndidos trabajos- y, ante todo, cimarrón que se esclaviza por voluntad propia, que vive y elige qué teatro hacer y se enrola con hermanos de ocasión, entrañables hermanos que buscan hacer del teatro un templo.
Si dijimos que a Arturo le gusta el drama, también debo decir en justicia que no es un actor que haga dramas; es un actor solidario, entregado, humilde, disciplinado y generoso. Gracias, Arturo por permitirme tratar de poner en palabras lo mucho que nos das y nos has dado. Felicidades a tu gente, a Emiliano, a tus amigos y a nosotros, tus colegas, tus compañeros de muchas batallas, pues al celebrarte también hacemos un deslinde y te pensamos como un hombre de teatro pleno, honesto y que merece todos los honores. Larga vida, querido Arturo.
Notas:
https://www.milenio.com/cultura/Arturo_Rios-obra_Noche_de_estreno-Teatro_El_Galeon_15_736876307.html
Videos:
Video de homenaje producción de El Milagro: